- La impunidad de la justicia y el aumento de la inseguridad disparan los casos de linchamientos de ciudadanos a delincuentes comunes.
- La Fiscalía de Venezuela investiga 74 ataques de particulares en los primeros cuatro meses del año, de los que 37 acabaron en muerte.
A Roberto Josué Fuentes lo linchó una turbamulta en el municipio de Sucre, al este de Caracas, tras ser señalado como autor de un robo. Josué fue golpeado, acuchillado y quemado. En realidad, este cocinero de 42 años acudió en auxilio de la víctima de un hurto en plena calle. En el vídeo que alguien graba durante la golpiza, el hombre linchado clama por su inocencia y pide piedad. Pero nadie le cree y horas después muere en el hospital.
Las noticias de linchamientos en Venezuela y los vídeos subidos a Youtube, como el de Josué, son cada vez más abundantes y han disparado las alarmas en un país que sufre una de las tasas de homicidios más altas del mundo. Para los expertos consultados, constituyen un síntoma nuevo de una sociedad en descomposición en la que el Estado ya no administra justicia.
Según datos de la Fiscalía General de Venezuela, en los cuatro primeros meses de 2016 se abrieron investigaciones por 74 linchamientos, de los cuales 37 acabaron en muerte y otros 37 resultaron con lesiones por delitos de diversa gravedad. Gonzalo Himiob, director de Foro Penal y criminólogo, asegura a LA RAZÓN que esa cifra se queda corta. “A nosotros nos llegan informes periódicos que harían palidecer esos números de la Fiscalía General”. Luis Cedeño, de la ONG Paz Activa, asegura que hasta hace unos cinco años el número de linchamientos en Venezuela eran de entre diez y quince anuales.
Lo que preocupa no es sólo el mayor número casos en los que la comunidad se toma la justicia por su mano sino la generalización de este delito a zonas urbanas. “El linchamiento era una práctica que se daba en las áreas rurales del país como respuesta a delitos aberrantes, como la pederastia, la violación sexual de mujeres o el asesinato de niños”, añade Cedeño. Ahora, los ataques colectivos, analizados como una respuesta desesperada por la frustración que genera el clima de violencia, son cada vez más frecuentes en ciudades como Valencia o Maracaibo y en la misma Caracas, asegura Himiob. “Ya no se producen sólo en barrios populares sino que es algo que vemos en áreas de clase media”.
Otro cambio en el patrón habitual es que las víctimas de la ira popular son “delincuentes menores, incluso novatos”, señala a este periódico el profesor Roberto Briceño, director del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), “lo cual eleva la gravedad del fenómeno”. El diario “El Nacional” relata el caso de una señora que tuvo que salir en defensa de su atracador para evitar que fuera ejecutado por un grupo de vecinos. “La gente lo golpeaba y gritaba. Le vi la cara y tuve que defenderlo. Me daba miedo porque pensaba que lo matarían por mi culpa”.
Las causas del incremento del número de este tipo de delito hay que buscarlas en la impunidad reinante, que en el caso de los homicidios llega al 95%, según el Foro Penal. “El mensaje es que ser delincuente es un negocio y merece la pena”, explica Himiob, quien añade que el chavismo introdujo en la sociedad un discurso “reivindicador de la violencia desde las autoridades: “Chávez fue un gran reivindicador de la violencia como mecanismo para resolver los conflictos sociales”. Cedeño, de Paz Activa, señala también el colapso del sistema penitenciario y la participación a veces pasiva de la propia Policía, que hace la vista gorda ante un linchamiento. Al final, las personas sienten que tiene que protegerse a sí mismas, y en el caso de los linchamientos lo hace de manera preventiva, para evitar “que me pase algo”, dicen los expertos.
Briceño alerta ante la privatización de la violencia, que recuerda, afirma, a lo sucedido en países como Colombia y de Centroamérica, en los que las defensas populares actúan por su cuenta para reprimir a los delincuentes. “Cuando la población se organiza para hacer esto ya no estamos hablando de linchamientos, que se caracterizan por ser espontáneos. Esos son grupos de limpieza”, explica Briceño.
Fuente: La Razón de España
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