Fuenteovejuna
Los hechos que rompieron con la tranquilidad de la población de Coche, en Nueva Esparta, dejan una estela de preguntas y profundas heridas para sus habitantes y autoridades. El cómo un incidente de orden público desemboca en una cadena de muertes, lesionados y detenidos, debe llamar la atención de aquellos responsables del mantenimiento del orden y la seguridad. La primera causa directa de aquellos acontecimientos son los bajísimos niveles de tolerancia y convivencia que hoy manifiestan los venezolanos. La riña que originó la cadena de eventos, caldeada por las emociones magnificadas por el alcohol, llevó a actuar a la autoridad representada por los funcionarios del Instituto Neoespartano de Policía, que procedieron a detener a los participantes.
El segundo factor que determinó el desenlace fatal fue el síndrome autoritario del cual los militares venezolanos suelen sufrir. De allí que la aparición de un miembro de Guardia Nacional Bolivariana en el sitio de los acontecimientos, envalentonado y haciendo exigencias imprudentes para lograr la liberación de los funcionarios del Inepol, fue como lanzar gasolina sobre un incendio. Esta conducta particular del GN se ha generalizado y profundizado entre los militares desde que el Presidente exhibe y difunde un discurso de odio, que no respeta ninguna institución o ley. El tercer factor fue, por supuesto, la impericia y la institucionalidad perdida. Los policías no tenían las herramientas para ejercer el uso proporcional de la fuerza, ni tampoco para mantener el orden público y negociar situaciones peligrosas, como la de Coche. Pero también se manifiesta una profunda desconfianza hacia la autoridad, como lo demuestra la audaz pero desafortunada participación del líder comunitario que terminó muerto. Lo que sucedió después solo es atribuible al alto nivel de descomposición social e institucional que vive el país. Los protagonistas del linchamiento del policía del Inepol adoptaron la Ley del Talión porque percibieron que no obtendrían justicia de un sistema en el cual la impunidad es la norma, o porque desconfían de un Estado quebrado moralmente que tiene como divisa la palabra "muerte". Será difícil reconstruir el contrato social roto desde un estamento político donde la destrucción es el ejemplo.
La lección es clara: la violencia es siempre la peor salida. Los pobladores de la isla de Coche aun no salen de su estupefacción. En un pueblo de pocos habitantes, la tragedia tocó a todos y vive en todos; cómo llegaron allí, lo ignoran. El restituir la confianza en las instituciones será un camino laborioso, pero también lo será recuperar la confianza perdida en el otro. La gente de Coche entró repentinamente en la dinámica actual del país que es la dialéctica entre el caos y el orden, un juego peligroso en el cual el Gobierno se ha hecho experto, pero que repara muy poco en las víctimas de esa dinámica perversa: el pueblo.